
Por: Sacerdote y Abogado Carlos Pérez Toro
Algunos, que siempre hablan mucho y dicen poco, han cuestionado donde estaba la iglesia en este momento histórico, concentrando su ataque en lo que, con la superficialidad rabiosa que les caracteriza, llaman los “fundamentalistas”.
Primero habría que definirles que la iglesia no es solo los lideres, la iglesia es el pueblo, que se extiende como abanico por todo la anchura del territorio puertorriqueño, por eso hemos dicho que los creyentes somos la “mayoría silente”. ¿Dónde estaba la iglesia? Haciendo que el número de los participantes fueran cientos de miles, y no el reguerete de decenas de los que sus “luchas” y movimientos insustanciales nos acostumbran a presentar.
¿Dónde estaba la iglesia? Haciendo, lo que su identidad íntima la empuja, y le ha empujado siempre, acompañar con presencia no violenta y con oración insistente, proponiendo paradigmas nuevos de convivencia democrática etc. Los documentos apasionantes emitidos por los obispos católicos, por la FRAPE (La fraternidad de iglesias pentecostales), por Puerto Rico por la Familia son el testimonio elocuente de que la iglesia estaba, y estaba metida dentro, realizando lo que ha hecho siempre “vencer el mal a fuerza de bien”.
Los criticones del momento, que con oportunismo sorprendente pretenden capitalizar de la nobleza de esta lucha que sin duda fue heterogénea y contrastante, deben entender que la iglesia aprendió de su Fundador la humildad corporativa, por la que el pastor debe discernir cuando DEBE IR al frente del pueblo abriendo camino, o cuando DEBE IR detrás del pueblo descubriendo nuevos rumbos. ¿Que dónde estaba la Iglesia?, habría que contestarles que la iglesia no tiene que estar allí como si tuviera que hacerse presente porque la iglesia es el pueblo que con voluntad democrática reclamó que la soberanía pertenece al pueblo y no a los que ostentan el poder de manera transitoria.
Sin duda no hay peor ciego que el que no quiere ver y no hay peor sordo que el que no quiere oír. A esos criticones de ocasión habría que cantarles una vieja canción que cantaba Celia Cruz: “Qué pena me da tu caso Lo tuyo es mental, Qué pena me da tu caso Lo tuyo es mental”